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Si hacemos caso a las definiciones, el yoga es el conjunto de disciplinas y prácticas (de tipo físico y mental) que nos ayudan a lograr un estado de iluminación o trascendencia. Si nunca has practicado yoga, puede que la definición te resulte un poco pretenciosa, pero si has tenido la suerte de conectar o hacer ese clic sobre un mat, sola o acompañada, en una clase de yoga, estoy segura de que sabes a lo que me refiero. 

Mi camino en el yoga empezó, como empiezan tantas cosas que nos cambian la vida, de una manera casi casual. Ya había tenido a Mateo y, una tarde a la semana, una persona se ocupaba de él para que yo pudiera desconectar un poco (seguro que la situación te resulta familiar). Busqué un lugar donde hacer algo de ejercicio cerca de casa, y me apunté a un estudio de bikram yoga en Pozuelo, que me cuadraba por horarios y cercanía. Y el yoga fue toda una sorpresa. 

Yo me había formado como profesora de pilates, y tenía conocimientos de educación postural. Controlaba la parte más física, si lo quieres ver así, pero el yoga, tal y como lo descubrí, fue una auténtica bofetada (buena, eso sí). 

Descubrí el yoga como una manera de conectar con mi cuerpo, pero desde un plano más espiritual o emocional. Que me aportaba fuerza y flexibilidad a nivel físico, pero también conexión emocional y autoconocimiento. 

Incorporé el yoga como una lección de vida, que me enseñó a soltar (como en las posturas, aunque duela). Aceptar y vivir el dolor en la vida, ejercitar mi paciencia y mi flexibilidad. Todo lo que aprendo en la esterilla me lo llevo a la vida diaria, como una enseñanza impagable. 

El yoga no es una serie de ejercicios que un profesor repite de manera mecánica, de ahí la importancia de iniciarse con una persona que contemple esa faceta espiritual, que nos enseñe el yoga como una manera de vivir, como hizo Bárbara conmigo. 

Causalidad tras causalidad, Bárbara y yo habíamos sido compañeras de trabajo “en otra vida”, cuando trabajábamos en una productora audiovisual. Un día, en una de esas clases de yoga de Pozuelo, apareció Bárbara convertida en maestra yogui, y desde entonces sus clases eran las únicas que me llenaban. He tenido la suerte de seguir sus clases (ahora en otro centro) y conectar tanto con ella que tenemos varios proyectos juntas, como el Retiro de Alimentación Consciente y Yoga que organizamos en septiembre.

Bárbara tiene una forma de enseñar muy centrada en la autoescucha, pausada y respetuosa que encaja totalmente con mi manera de pensar y que me hace conectar al instante. 

Procedente de un mundo completamente distinto, Bárbara probó una clase de yoga en un momento en el que su cuerpo empezaba a dar señales de que algo no iba bien. Y al terminar la primera clase, ese clic se produjo y entendió que el yoga le iba a cambiar la vida. Solo unos meses después Bárbara lo dejaba todo para formarse en salud y en el camino del yoga (“es un camino que no tiene fin- me cuenta- y en él estoy”), dispuesta a cambiar su vida y tratar de ayudar a los demás. 

“Tengo el privilegio de acompañar y guiar a las personas en este camino de autoconocimiento. Es maravilloso poder practicar, y también poder guiar y acompañar, ayudar a las personas a encontrar su versión más auténtica y contagiar esa energía arrolladora a todo su entorno. Descubrir su parte más amorosa y hacer un entorno más feliz.”

Bárbara (@barbara.btreeyoga)

 

Y tú, ¿has tenido la suerte de experimentar esa burbuja de bienestar que se produce después de una clase de yoga? Espero que mi experiencia te anime a disfrutarla o a retomar tu práctica. Y recuerda que el último fin de semana estaré con Bárbara en un retiro que te aseguro que es transformador. ¡Escríbeme si quieres conocer más detalles, o pincha en este link en donde te lo cuento todo!